miércoles, 30 de septiembre de 2009
Ciudad de Mil Poderes
Así le canta De Gregorio a la ciudad en la que residió tantos años, y que ahora acoge durante unos días a los bloggeros que os escriben.
Rosario es un lugar tranquilo, si es que ese adjetivo se puede aplicar por estas tierras para algo que no sea la vida en el campo o la montaña. Pero lo cierto, es que lo que más hemos hecho hasta este momento es caminar por los numerosos y enormes parques que se extienden por toda la ribera del río Paraná que, según me han chivado por ahí, en guaraní significa río que se mezcla con el mar.
El ir y venir de gente se concentra entre las peatonales San Martín y Córdoba, perpendiculares entre sí y que conforman el eje entorno al que se estructura el microcentro de la ciudad, dibujado sobre el mapa como una cuadrícula perfecta (al estilo del ensanche de Barcelona, pero menos ordenado urbanísiticamente sobre el terreno). Podría decirse que, en proporción, hay más taxis y autobuses (colectivos), que coches particulares circulando por esta maraña de paralelas y perpendiculares, en la que se cumple la misma máxima que en Buenos Aires: el peatón es el último mono. Sálvese quién pueda. Y no te fíes del semáforo con el caballero en verde. No es garantía de seguir con vida.
El monumento a la Bandera, que ya nombramos ayer, conmemora la liberación de la Argentina por parte del general San Martín, y el establecimento de la bandera que hoy conocemos como emblema oficial. Anoche, mientras deborábamos un enorme dorado ( pescado de río) a la brasa, Pedro Reñé (nuestro anfitrión) nos comentaba lo curioso de que una figura tan encumbrada como San Martín, retrato perenne de militar recio en todas la aulas escolares de su infancia, pasara los últimos 30 años de su vida exiliado en París. Una más de las paradojas de un país tremendamente contradictorio en lo político. Frente al mentado monumento se encuentra otro más actual dedicado a los caídos en las Malvinas.
Las largas escaleras situadas frente al Monumento a la Bandera, y que forman parte de él anexionándole una especie de Templo Neoclásico con un pebetero en llamas situado en el centro del mismo, conducen hacia la plaza 25 de Mayo, a la que rodean, entre otros edificios emblemáticos, la catedral de Nuestra Señora del Rosario y la Municipalidad ¨Palacio de Los Leones¨.
Otros edificios o lugares monumentales de la ciudad se encuentran en fase de restauración, algo que parece haber comenzado hace tiempo pero no se sabe muy bien hasta cuándo durará. Es el caso del Parque España, o el precioso edificio de la facultad de Derecho que, junto al de la Casa de Gobierno Provincial (en cuyo interior se sitúa la plaza Cívica), flanquean la bonita plaza de San Martín.
Y sin ánimo de convertinos en una guía de viajes (para eso ya hay numerosas editoriales que se lucran de ello), resaltaremos un par de enormes avenidas, fundamentalmente comerciales e ideales para encontrar sitios donde comer, tomar café o una copa: Pellegrini y Bulevar Oroño. Este último, delimita el microcentro y lo separa del cercano barrio de Pichincha, hoy por hoy bastante tranquilo pero en otra época decadente. En resumidas cuentas, uno de esos barrios que cualquier ciudad portuaria ha tenido en algún momento de su historia, con negocios relacionados con el sexo y otras actividades de cuestionable carácter legal.
Volviendo a la canción de David De Gregorio que dá título a esta publicación, diremos que hemos sometido a un estudio exhaustivo, marcadamente científico y con un amplio sentido antropológico, la frase en la que dice eso de una peatonal llena de muñecas que van luciendo ajustado el pantalón. Tras un muestreo basado en la observación directa y posterior análisis de datos, nos atrevemos a corroborar que la afirmación del mencionado cantautor es veraz en un alto tanto por ciento.
Buenas noches desde Rosario. Vamos a ver si encotramos algo de música en directo en el café de la Flor (este tipo de salidas también obedecen a estudios relacionados con la actividad cultural del país).
Ciao!
lunes, 28 de septiembre de 2009
Domingo en familia
Chamamé en la radio. Dos cajones de nevera para recoger el agua de las goteras sobre la repisa del hogar. Sobre la mesa, pizelas, dulce de leche y el mate. Héctor De Gregorio corta leña con la motosierra. Viento del este, lluvia como peste. Así reza el refranero gaucho. Vienen las visitas en un rato. Se ha de encender la brasa en el asador. Están deseosos de ver a David, que hace tres años que no viene. Y de paso, de preguntar a los gallegos para saber qué se cuece por el viejo continente.
Van llegando. Todo es dulzura, a base de abrazos y vocales eternamente alargadas en cada sílaba. El tío Héctor no nos quita ojo. Lo conocimos ayer, y se quedó bastante perplejo al vernos cubiertos con gorra y sombrero.
Hay un niño pequeño en la reunión. Esto completa la estampa de domingo en el campo, sin dejar a un lado a los perros, al gato, los chanchos y las gallinas. En la tele, como no, fútbol. Vemos repetidos por enésima vez los goles del partido de Tigre de la tarde anterior. Se da el pistoletazo de salida, y el primo Sergio descorcha el vino. Desde este momento, no se le concede tregua a la digestión. A la segunda copa del oscuro caldo patagónico, tío Héctor, visiblemente más rojo, comienza a cargarnos (que es como aquí dicen a bromear) usando continuamente en sus chistes el verbo coger (imagino que todos conoceis el sentido sexual que esta palabra tiene en Argentina).
En la sobremesa, miniconcierto. Turnamos las dos guitarras entre los Davides y Jorge, y se reciben los primeros aplausos de esta gira (hay quién ya se anda preguntando si de verdad vinimos a tocar...). Charla sobre fútbol y política, los eternos temas de debate del pais. Jorge y yo necesitamos descansar un poco, y nos retiramos a echar la siesta. Nos despierta con violencia la voz de De Gregorio Jr, llamando a comer de nuevo. Pregunto entre sueños que a comer qué... Así que allá vamos de nuevo a la carga, a deborar sandwiches de miga.
Cuando terminaron de marchar los familiares, sacamos de nuevo las guitarras para suavizar la digestión a base de música. Mate, café, siesta... El caso es que eran las 3 de la mañana, y aquí mi compadre el de la guitarra y un servidor mirábamos fútbol americano por la televisión. ¿Que por qué? Para no ver por quincuagésima vez el empate de River, la derrota de Boca, las mejores jugadas de Racing e Independiente...
Lunes 28 de septiembre. 8 de la mañana. Arriba todo el mundo. Nos vamos a Rosario. La hiperactividad de David se nos va contagiando a pesar de la somnolencia, y vamos acertando a preparar la mochila para unos días en la ciudad a orillas del Paraná. Héctor nos acerca en el auto, y tomamos (que no cogemos) el bondi (véase, autobús). Este trayecto no ha existido. Todos durmiendo.
Ya estamos en Rosario. Conocemos a nuestro anfitrión acá (el hacedor de canciones Pedro Reñé), y nos dirigimos a continuar con las visitas a familiares. A media tarde, el primo Pablo nos lleva en auto a tomar una visual del barrio de La Florida, donde unos cuantos hacen Kite Surf embutidos en neopreno sobre las aguas dulces del Paraná. Arena de playa, tablas de surf... pero es un río, y hace un frío de mil demonios. Al regresar a nuestro coche paramos a hacer una foto junto a un Renault Torino, todo un clásico del parque automovilístico argentino. Nos detenemos en el mastodóntico monumento a la bandera, que ya empieza a iluminarse, y Pablo se despide.
Laura y David lo hacen poco después, pues han de regresar a Chovet. Y aquí quedamos de nuevo Jorgito y yo, peatonal Córdoba arriba y abajo. Pero esta noche, Rosario va a disculpar nuestra ausencia. Estamos rotos, y tras publicar este nuevo capítulo de la aventura, nos vamos a la cama.
Muchos besitos. Buenas noches.
sábado, 26 de septiembre de 2009
hasta pronto, Buenos Aires...
Noche del 23 de septiembre, camino al 24. Fue un día de 48 horas. La Grande no defraudó: más de diez personas en el escenario entre percusión, metales, bajo y guitarras (uno de ellos fue el único que nunca estuvo dentro de la tocata). Araoz Club. Los muchachos cuentan sus pesos para ver lo larga que será la noche. Y promete. Babel de acentos. La orquesta creciendo, y las horas transcurriendo. Tomamos nota de la noche bonaerense, visitando algunos otros garitos.
Mediodía del 24. Plaza de La República. Foto al obelisco. Vamos con prisa. Apenas 10 pesos en el bolsillo y los bancos cerrando. Y Jorge lo ve, y lo llama dando un certero grito desde la acera de enfrente. ¡Leiva! Y se gira, en la entrada del hall del Hotel Colón. Charlamos, le damos un disco y nos hacemos una foto, que publicaremos el día que tengamos el cable necesario. Pereza tocaba el 25 en el Metropolitano. Nos despedimos, alucinando de la casualidad de toparnos con él en esta megaurbe brutal.
Comienza la carrera. Media hora para el cierre de los bancos. No sólo lo logramos por los pelos, sino que nos hacemos amigos del chico del mostrador, quien nos invita a pasar por su casa a la tarde ya que también vive en San Telmo. Tal visita se produjo, y entre humo, risas y disertaciones políticas, una amistad en ciernes queda en el aire hasta nuestro regreso a Buenos Aires, donde un asado nos espera cuando pasemos a llevarle nuestro disco. Al rato de marchar descubrir el parecido razonable que nos martillea la cabeza desde hace un rato. Es el Robert Downey Jr.porteño.
Noche del 24. Una de nuestras anfitrionas nos lleva a cenar comida peruana. Buen vino, y mejores risas, entre tamal y pescado crudo macerado en abundante cilantro (algo a lo que no estamos acostumbrados, y nos atrevemos a reconocer tras bajarnos la botella de tinto). Avenida de Mayo. De vuelta al barrio. Al ir acompañados por alguien que lo conoce bien, descubrimos nuevos rincones. El Negrín. Suenan los Zeppellin, Bowie, The Clash... y tres porteños conversan de fútbol desde que llegamos hasta que marchamos. Boludo es un término que aparece cada tres palabras. Del último garito no recordamos el nombre. Sin comentarios.
Y este trío calavera regresa a casa por las desiertas calles de adoquines. Transformamos el salón de casa en el último local haciendo sonar en la compu a Spinetta, Bersuit y Cerati, mientras Jorge trata de seguir la armonía con una guitarra afinada en otro tono.
Mañana del 25. Ahí está él, apoyado en un cristal de la plataforma 3-4 de la Terminal Retiro. Y ella. David de Gregorio y Laura se unen a la expedición. Bondi rumbo a Rosario, y de allí a Chovet.
Hasta pronto, Buenos Aires. Nos vamos al interior...
Entre chanchos
Chovet: 26-9-09
Cuelga la ropa tendida de un cable de alhambre que va desde un paraíso a un ciprés.
Cantan los pájaros, calandrias, tordos, horneros, torcaza, perdices, cotorras... y los gallos, por supuesto.
Esta es la foto sacada en medio de la nada. Le hemos puesto cara al galpón, al silo (con su chimango), al bombeador del agua (acaba de cesar su ruido, pues lo han detenido).
Héctor de Gregorio, del que el pequeño David es un calco jóven y europeizado, nos llevó a dar de comer a los chanchos (más de 200 cabezas) y a los lechoncitos, separados de sus madres tras el destete.
Lidia prepara los fideos, toda hospitalidad; antes lo hizo con el café, el mate, la torta... el choripán lo hizo el padre (la brasa es cosa de los hombres).
Pinos y sauces, acariciados suavemente por la brisa pampeana de esta soleada mañana de primavera. Volviendo las chanclas a los pies. El único pasadizo hacia el progreso es la ruta 33, que va de Rosario hacia el Sur y se la ve a lo lejos, casi a un kilómetro de la casa, con un incesante ir y venir de chatas de diferentes tamaños...
Un "peludo", que por la explicación debe ser algo parecido a un armadillo, ha excavado la raíz de un paraíso sobre las ruinas de un carro. Héctor de Gregorio ha colocado el nido caído de un hornero y trata de hacernos entender la estructura interna de esta sofisticada vivienda para aves.
Tom, Jerry, Pita, Peter... son algunos de los perros. Bien mansitos. Tom descansa a la sombra del banco sobre el que escribo.
Y así todo. Lidia, de 62 años ya nació en esta casa. Su raíz parece agarrar de donde la nuestra, del centro del planeta. De seda y azahar. Aquella casa en la huerta murciana, entre bancales y cuadras. Acequias, tablachos... Los mismos rosotros arrugados, ojos entornados y sabios; manos agrietadas de labor.
Los horneros pasean saltarines buscando barro para construir sus nidos y las torcazas cantan (recuerdan a las tórtolas).
Ya estan los fideos.
Héctor nos enseña el registro anual de lluvias. El año pasado fue seco. Mes a mes todo queda registrado durante años, paras saber cuándo vendrá la lluvia. Parte de la tierra descansa ahora para la próxima siembra del maíz. Hay cebada y habrá soja, pero hay que rotar la tierra pues este cultivo la castiga en exceso.
Vamos a la mesa. Se pasan los fideos.
PD: las cotorras llegaron emigrando de Entre Ríos, debido a la construcción del puente entre Rosario y Victoria. 40 Km sobre el ancho del río Paraná.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
"Caminito" a La Boca.
Amanece el 23. Se secan los adoquines de las calles de San Telmo, las mismas que anoche nos devolvieron temprano a nuestro hogar prestado a causa del frío húmedo e intenso.
Amanece y florecen las avenidas, bulliciosas; hervideros de gente atareada y niños cargados con mochilas tomando o descendiendo de los colectivos que sortean sin dificultad los numerosos baches del pavimento.
Resuena una guitarra, con el eco propio de un inmueble de techos altos. Por fin afinada, tras haber destensado las cuerdas para no tentar la suerte con la presión del vuelo. Mientras, Jorge toma café con los padres de una amiga bonaerense que vive allá en Murcia. Al encontrarnos, me los presenta, y reconozco en sus ojos la emoción de sabernos puente y pasaporte carnal entre sus corazones de padres nostálgicos y el de la hija que marchó para abrirse camino por el viejo continente.
Bajamos hasta Avenida de Colón, con el firme propósito de cambiar moneda, y descubrimos que la tarea no resulta tan sencilla como pensábamos. Al final no lo conseguimos. Sumamos nuestros pesos y calculamos que seremos capaces de aguantar hasta la mañana siguiente, sin privarnos de demasiado, para no alterar la ruta de hoy, ya que las casas de cambio no nos pillan cerca del barrio que pensamos recorrer.
Y así, tomamos calle Defensa, atravesando San Telmo a todo lo largo rumbo al Parque Lezama. Pasamos por delante de lugares ya visitados: La Vitrola, garito genuino donde ayer tomamos la foto con la ordenanza de no escupir al suelo; el Medio-Medio, un bar uruguayo en el que anoche conocimos a un cantautor de acá (Marcelo Stutz) y en el que hoy dejamos nuestras señas, por si se les antoja invitarnos a tocar; y el mercado de San Telmo, con su estructura metálica en la techumbre a modo de estación ferroviaria. Primera parada. Porque tienen un puesto de comida dentro con un pastel de acelgas de pinta exquisita. Porque con el sol apetece una cerveza. Porque es el primer lugar a cubierto que encontramos donde se pueda fumar.
Una cuadra más arriba damos con Plaza Dorrego, la más antigua de la ciudad después de la Plaza de Mayo. En ella conviven las terrazas de los restaurantes, a los que rápidamente nos invitan los muchach@s cargados de panfletos publicitarios de cada uno de ellos, con los artesanos que extienden sus productos en los aledaños de la plaza. En el centro, una pareja ataviada con la vestimenta tradicional, baila tangos para deleite de los comensales y demás transeúntes.
Atravesamos el Parque Lezama, con la antigua mansión que hoy alberga el Museo Histórico Nacional, el monumento a Pedro Mendoza (fundador de la ciudad) y la iglesia Ortodoxa Rusa.
Entonces tomamos la Avenida Almirante Brown. Adivinarán donde nos dirigimos si les digo que a lo lejos vemos dos colores: amarillo y azul. Para más señas, la Bombonera. El templo del dios Maradona. Justo al principio de esta amplia avenida, divisamos en la otra acera una Asociación-Club de Blues. Nos llama la atención verlo abierto a medio día, y cruzamos la calzada a echar un vistazo. Resulta ser el local más antiguo de la ciudad dedicado a este estilo musical, donde por supuesto, se siguen programando actuaciones. No perdemos la oportunidad, y volvemos a dejar nuestro contacto por si a nuestro regreso a Buenos Aires la segunda semana de octubre nos pudieran hacer un hueco.
A mitad de la avenida nos encontramos con La Casa Amarilla, réplica de la antigua vivienda del almirante Brown. Y así, nos introducimos en el barrio de La Boca, con sus vistosas fachadas de chapa multicolor. Sabor italiano y porteño. La cancha de Boca Juniors en medio, rodeada de numerosas tiendas con camisetas y otros objetos para rendir culto con fervor religioso al club del que surgió "el pelusa", la deidad argentina por excelencia.
Tres y media. Otro mercado. Más chiquito. Su bóveda decorada con un enorme mural. Nos llega el olor. El sitio se llama "La Escondida". Tan solo un par de mesas de madera cojas, y un señor de cierta edad vigilando las brasas. Boina calada. Chorizos y chinchulines, entre otros manjares carnívoros. Nos miramos. Se viene la primera parrillada, aliñada con chimichurri. En la caseta contigua, un señor con barba blanca levanta la persiana y coloca sobre el mostrador un cartón donde se puede leer: Tarot. Un poquito más allá, un puesto dedicado a santería.
Una vez damos buena cuenta de la comida, proseguimos barrio abajo hasta llegar a la meta de nuestra etapa: Caminito, como el tango que le da nombre. Pintoresco conjunto de calles, especialmente cuidado de cara al turismo, con cafés, tiendas y restaurantes que conforman un concurrido museo urbano mirando a Riachuelo, sobre el que se extiende el gran puente Nicolás Avellaneda. Un chico grita "¿Una foto con Diego?", y al girar la cabeza vemos a un tipo CLAVADO a Maradona, enfundado en la elástica de la selección. Os podéis imagiar la risa. Qué par de...
Tomamos un café en la esquina conocida como Vuelta de Rocha, sobre todo para calentarnos pues el sol comienza a descender y con él la temperatura, y nos disponemos a tomar el colectivo nº 29, para volver al punto de partida: La Calle Bolívar. Aviso a navegantes: no es lo más recomendable tomar un bus en Buenos Aires si uno se halla en plena digestión de una suculenta parrillada.
Y aquí seguimos, preparados para afrontar otra noche bonaerense. Parece que hoy habrá percusión. "La Grande", se hacen llamar. Que Dios guarde nuestras almas...
martes, 22 de septiembre de 2009
24 horas en Buenos Aires
Buenos aires y mejores olores. Cubriendo y superando las expetativas iniciales. Que los anfitriones se vuelquen con los invitados y que la primera noche les lleven al Milonga, club de tango, sinónimo de elegancia, baile y bandoneones, no es sino un preludio de lo que puede ser la experiencia de nuestras vidas. La lluvia nos ha acompañado en el primer día de tanteo por el barrio de San Telmo, pero el buen vino de Mendoza y la hospitalidad bonaerense nos hacen presagiar lo duro que resultará dejar atrás esta megalópolis camino de Rosario.
Las horas previas a la partida transcurrieron lentas, comenzando en el vagón de un tren que dejaba atrás nuestra pequeña Murcia y todo lo que de uno encierra su lugar de origen. Ya en Madrid, a pie de barra, comprobamos como la selección española de baloncesto despejaba cualquier duda acerca de su hegemonía en Europa, y entre caña y caña se dio el reencuentro con algún viejo amigo que habría de acogernos en esa noche de transición entre dos continentes. Una cosa llevó a la otra, y sin saber muy bien cómo, pues llegamos al aeropuerto con dos horas de antelación al vuelo, terminamos corriendo por la puerta R de la T4, guitarras a la espalda incluídas, para no llegar tarde al embarque.
¿Quilmes o Heineken?. Quilmes, por supuesto, le contestamos a la camarera de la Milonga. Sobre el suelo de madera se deslizaban pares de piernas a ritmo de tango, sensuales y armoniosas. Y unas empanadillas criollas, por favor. Entonces subió la orquesta Afronte al escenario. Piano, violines y cuatro bandoneones inquietos, rezongando, armonizando y hasta percutiendo las melodías de algunos de los tangos más tradicionales de Argentina. Los chavones, invitando al baile a las pibitas, guiando sus pasos brazo a la espalda. Vamos aterrizando, apegándonos a este suelo, como en el idilio bailón de los pies y la madera.
Pero será al despertar cuando comprendamos que es otro cielo el que nos ampara. Cono sur. Segundo día de la primavera. Lluvia y frío, postrero presente de un invierno que hizo las maletas hacia el hemisferio norte. Plaza de Mayo, Peatonal Florida, El Cabildo... y de nuevo, el barrio, del que ya somos un poquito. Su mercado y su vida, ajena al cercano centro comercial de esta gran urbe.
Y así, entre vino, milanesa y papas fritas, se sobrevino la siesta. No todo va a ser inmersión cultural. Se siente. 24 horas. De nuevo el contador a cero. Comienza la segunda noche.