miércoles, 23 de septiembre de 2009

"Caminito" a La Boca.


Amanece el 23. Se secan los adoquines de las calles de San Telmo, las mismas que anoche nos devolvieron temprano a nuestro hogar prestado a causa del frío húmedo e intenso.
Amanece y florecen las avenidas, bulliciosas; hervideros de gente atareada y niños cargados con mochilas tomando o descendiendo de los colectivos que sortean sin dificultad los numerosos baches del pavimento.

Resuena una guitarra, con el eco propio de un inmueble de techos altos. Por fin afinada, tras haber destensado las cuerdas para no tentar la suerte con la presión del vuelo. Mientras, Jorge toma café con los padres de una amiga bonaerense que vive allá en Murcia. Al encontrarnos, me los presenta, y reconozco en sus ojos la emoción de sabernos puente y pasaporte carnal entre sus corazones de padres nostálgicos y el de la hija que marchó para abrirse camino por el viejo continente.
Bajamos hasta Avenida de Colón, con el firme propósito de cambiar moneda, y descubrimos que la tarea no resulta tan sencilla como pensábamos. Al final no lo conseguimos. Sumamos nuestros pesos y calculamos que seremos capaces de aguantar hasta la mañana siguiente, sin privarnos de demasiado, para no alterar la ruta de hoy, ya que las casas de cambio no nos pillan cerca del barrio que pensamos recorrer.

Y así, tomamos calle Defensa, atravesando San Telmo a todo lo largo rumbo al Parque Lezama. Pasamos por delante de lugares ya visitados: La Vitrola, garito genuino donde ayer tomamos la foto con la ordenanza de no escupir al suelo; el Medio-Medio, un bar uruguayo en el que anoche conocimos a un cantautor de acá (Marcelo Stutz) y en el que hoy dejamos nuestras señas, por si se les antoja invitarnos a tocar; y el mercado de San Telmo, con su estructura metálica en la techumbre a modo de estación ferroviaria. Primera parada. Porque tienen un puesto de comida dentro con un pastel de acelgas de pinta exquisita. Porque con el sol apetece una cerveza. Porque es el primer lugar a cubierto que encontramos donde se pueda fumar.
Una cuadra más arriba damos con Plaza Dorrego, la más antigua de la ciudad después de la Plaza de Mayo. En ella conviven las terrazas de los restaurantes, a los que rápidamente nos invitan los muchach@s cargados de panfletos publicitarios de cada uno de ellos, con los artesanos que extienden sus productos en los aledaños de la plaza. En el centro, una pareja ataviada con la vestimenta tradicional, baila tangos para deleite de los comensales y demás transeúntes.
Atravesamos el Parque Lezama, con la antigua mansión que hoy alberga el Museo Históric
o Nacional, el monumento a Pedro Mendoza (fundador de la ciudad) y la iglesia Ortodoxa Rusa.
Entonces tomamos la Avenida Almirante Brown. Adivinarán donde nos dirigimos si les digo que a lo lejos vemos dos colores: amarill
o y azul. Para más señas, la Bombonera. El templo del dios Maradona. Justo al principio de esta amplia avenida, divisamos en la otra acera una Asociación-Club de Blues. Nos llama la atención verlo abierto a medio día, y cruzamos la calzada a echar un vistazo. Resulta ser el local más antiguo de la ciudad dedicado a este estilo musical, donde por supuesto, se siguen programando actuaciones. No perdemos la oportunidad, y volvemos a dejar nuestro contacto por si a nuestro regreso a Buenos Aires la segunda semana de octubre nos pudieran hacer un hueco.
A mitad de la avenida nos encontramos con La Casa Amarilla, réplica de la antigua vivienda del almirante Brown. Y así, nos introducimos en el barrio de La Boca, con sus vistosas fachadas de chapa multicolor. Sabor italiano y porteño. La cancha de Boca Juniors en medio, rodeada de numerosas tiendas con camisetas y otros objetos para rendir culto con fervor religioso al club del que surgió "el pelusa", la deidad argentina por excelencia.
Tres y media. Otro mercado. Más chiquito. Su bóveda decorada con un enorme mural. Nos llega el olor. El sitio se llama "La Escondida". Tan solo un par de mesas de madera cojas, y un señor de cierta edad vigilando las brasas. Boina calada. Chorizos y chinchulines, entre otros manjares carnívoros. Nos miramos. Se viene la primera parrillada, aliñada con chimichurri. En la caseta contigua, un señor con barba blanca levanta la persiana y coloca sobre el mostrador un cartón donde se puede leer: Tarot. Un poquito más allá, un puesto dedicado a santería.
Una vez damos buena cuenta de la comida, proseguimos barrio abajo hasta llegar a la meta de nuestra etapa: Caminito, como el tango que le da nombre. Pintoresco conjunto de calles, especialmente cuidado de cara al turismo, con cafés, tiendas y restaurantes que conforman un concurrido museo urbano mirando a Riachuelo, sobre el que se extiende el gran puente Nicolás Avellaneda. Un chico grita "¿Una foto con Diego?", y al girar la cabeza vemos a un tipo CLAVADO a Maradona, enfundado en la elástica de la selección. Os podéis imagiar la risa. Qué par de...

Tomamos un café en la esquina conocida como Vuelta de Rocha, sobre todo para calentarnos pues el sol comienza a descender y con él la temperatura, y nos disponemos a tomar el colectivo nº 29, para volver al punto de partida: La Calle Bolívar. Aviso a navegantes: no es lo más recomendable tomar un bus en Buenos Aires si uno se halla en plena digestión de una suculenta parrillada.
Y aquí seguimos, preparados para afrontar otra noche bonaerense. Parece que hoy habrá percusión. "La Grande", se hacen llamar. Que Dios guarde nuestras almas...



4 comentarios:

  1. Vamos a ver..., ¿vosotros no íbais a currar?, je, je...
    Seguid disfrutando todo lo que podáis.
    Besos.

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  2. ¡Vaya un par de gallegos, que se nos van a volver argentinos totales!
    Que sigan estos escritos que son más ilustrativos que las imágenes

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  3. Que tal caballeros...cómo los recibió Rosario??? espero sigan disfrutando de este viaje... seguiré los escritos atentamente...
    gracias por las risas... un sincero abrazo!!!Marcia.

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  4. ..los pelillos de punta!!! Y de conciertos?? No nos cuentan nada de conciertos?

    Besicoh, de Murcia ;)

    carmen

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