Chamamé en la radio. Dos cajones de nevera para recoger el agua de las goteras sobre la repisa del hogar. Sobre la mesa, pizelas, dulce de leche y el mate. Héctor De Gregorio corta leña con la motosierra.
Viento del este, lluvia como peste. Así reza el refranero gaucho. Vienen las visitas en un rato. Se ha de encender la brasa en el asador. Están deseosos de ver a David, que hace tres años que no viene. Y de paso, de preguntar a los
gallegos para saber qué se cuece por el viejo continente.
Van llegando. Todo es dulzura, a base de abrazos y vocales eternamente alargadas en cada sílaba. El tío Héctor no nos quita ojo. Lo conocimos ayer, y se quedó bastante perplejo al vernos cubiertos con gorra y sombrero.
Hay un niño pequeño en la reunión. Esto completa la estampa de domingo en el campo, sin dejar a un lado a los perros, al gato, los chanchos y las gallinas. En la tele, como no, fútbol. Vemos repetidos por enésima vez los goles del partido de Tigre de la tarde anterior. Se da el pistoletazo de salida, y el primo Sergio descorcha el vino. Desde este momento, no se le concede tregua a la digestión. A la segunda copa del oscuro caldo patagónico, tío Héctor, visiblemente más rojo, comienza a
cargarnos (que es como aquí dicen a bromear) usando continuamente en sus chistes el verbo coger (imagino que todos conoceis el sentido sexual que esta palabra tiene en Argentina).
En la sobremesa, miniconcierto. Turnamos las dos guitarras entre los Davides y Jorge, y se reciben los primeros aplausos de esta gira (hay quién ya se anda preguntando si de verdad vinimos a tocar...). Charla sobre fútbol y política, los eternos temas de debate del pais. Jorge y yo necesitamos descansar un poco, y nos retiramos a echar la siesta. Nos despierta con violencia la voz de De Gregorio Jr, llamando a comer de nuevo. Pregunto entre sueños que a comer qué... Así que allá vamos de nuevo a la carga, a deborar sandwiches de miga.
Cuando terminaron de marchar los familiares, sacamos de nuevo las guitarras para suavizar la digestión a base de música. Mate, café, siesta... El caso es que eran las 3 de la mañana, y aquí mi compadre el de la guitarra y un servidor mirábamos fútbol americano por la televisión. ¿Que por qué? Para no ver por quincuagésima vez el empate de River, la derrota de Boca, las mejores jugadas de Racing e Independiente...
Lunes 28 de septiembre. 8 de la mañana. Arriba todo el mundo. Nos vamos a Rosario. La hiperactividad de David se nos va contagiando a pesar de la somnolencia, y vamos acertando a preparar la mochila para unos días en la ciudad a orillas del Paraná. Héctor nos acerca en el auto, y tomamos (que no
cogemos) el bondi (véase, autobús). Este trayecto no ha existido. Todos durmiendo.
Ya estamos en Rosario. Conocemos a nuestro anfitrión acá (el
hacedor de canciones Pedro Reñé), y nos dirigimos a continuar con las visitas a familiares. A media tarde, el primo Pablo nos lleva en auto a tomar una visual del barrio de La Florida, donde unos cuantos hacen Kite Surf embutidos en neopreno sobre las aguas dulces del Paraná. Arena de playa, tablas de surf... pero es un río, y hace un frío de mil demonios. Al regresar a nuestro coche paramos a hacer una foto junto a un Renault Torino, todo un clásico del parque automovilístico argentino. Nos detenemos en el mastodóntico monumento a la bandera, que ya empieza a iluminarse, y Pablo se despide.
Laura y David lo hacen poco después, pues han de regresar a Chovet. Y aquí quedamos de nuevo Jorgito y yo, peatonal Córdoba arriba y abajo. Pero esta noche, Rosario va a disculpar nuestra ausencia. Estamos rotos, y tras publicar este nuevo capítulo de la aventura, nos vamos a la cama.
Muchos besitos. Buenas noches.